Lejos, muy lejos, en la profunda caverna de un país extraño, vivía un dragón
cuyos ojos centelleaban como tizones ardientes. Las gentes del entorno
estaban asustadas y todos esperaban que alguien fuera capaz de matarlo.
Las madres temblaban cuando oían hablar de él, y los niños lloraban en
silencio por miedo a que el dragón les oyese.
Pero había un niño que no tenía miedo:
Los invitados a la fiesta de cumpleaños del niño
- Taró, ¿a quién debo invitar a la fiesta de tu Cumpleaños?
- Mamá, quiero que invites al dragón.
- ¿Bromeas?, - dijo la madre.
- No, quiero que invites al dragón, - repitió el niño.
La madre movió la cabeza desolada. ¡Qué ideas tan extrañas tenía su niño! ¡No era posible!
Pero el día de su Cumpleaños,
Taró desapareció de casa. Caminó por los montes, atravesando torrentes y
bosques, hasta que llegó a la montaña donde vivía el dragón.
- ¡Señor dragón! ¡Señor dragón!, -gritó con voz vibrante.
- ¿Qué pasa? ¿Quién me llama?, - pensó el dragón, sacando la cabeza fuera de su enorme caverna.
- Hoy es mi Cumpleaños y mi madre preparará un montón de dulces, -gritaba el niño-. He venido para invitarte.
El
dragón no podía creerse lo que oía y miraba al niño gruñendo con voz
cavernosa. Pero Taró no tenía miedo y continuaba gritando:
- ¡Señor dragón! ¿Vienes a mi fiesta de Cumpleaños?
Cuando el dragón entendió que el niño hablaba en serio, se conmovió y empezó a pensar:
- Todos me odian y me temen. Nadie me ha invitado nunca a una fiesta de Cumpleaños. Nadie me quiere. ¡Qué bueno es este niño!
Y
mientras pensaba esto, las lágrimas comenzaron a descolgarse de sus
ojos. Primero unas pocas, después tantas y tantas que se convirtieron en
un río que descendía por el valle.
- Ven, móntate en mi grupa - dijo el dragón sollozando- te llevaré a tu casa.
El niño vio salir al dragón de la madriguera. Era un reptil bonito, con sutiles escamas coloradas, sinuoso como una serpiente, pero con patas muy robustas.
Taró
montó sobre la espalda del feroz animal y el dragón comenzó a nadar en
el río de sus lágrimas. Y mientras nadaba, por una extraña magia, el
cuerpo del animal cambio de forma y medida y el niño llegó felizmente a
su casa, conduciendo una barca con adornos muy bonitos y forma de
dragón.
FIN
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